- Tierra de Monte busca cambiar la cultura del campo hacia formas sustentables y procesos no dañinos, a fin de que el suelo produzca alimentos orgánicos en el camino hacia la seguridad alimentaria. Es el sueño de sus protagonistas, Adriana Luna y Etienne Rajchenberg.
Adriana y Etienne soñaban con que toda la tierra fuera negra, fértil y bondadosa, como la de los bosques. Que, así como del suelo mojado emana olor a vida, toda la tierra fuera productiva y la gente migrara de la ciudad al campo, regresara de Estados Unidos a su parcela en México y comiera orgánico porque no hubiera otra manera de producir alimentos. Cultivar sería entonces una fuente de bienestar.
“Un bosque siempre es fértil, productivo, da vida y paz, es salud, pervive en el balance. Pretendemos que todas las tierras agrícolas sean tierra negra de monte y que toda la agricultura, lo que rodea a la producción de alimentos, sea autorregenerativa”, dice Adriana. “Solo la vida genera vida, lo cual es cierto poéticamente hablando, pero también desde lo biológico”, agrega Etienne.
Un largo bregar llevó a Adriana Luna y Etienne Rajchenberg a crear Tierra de Monte, startup que elabora insumos biotecnológicos para fertilidad y tratamiento de suelos agrícolas.
El impulso principal llegó con su primogénita, alérgica a muchas cosas, pero, sobre todo, a los químicos de los alimentos. Marcados por una enfermedad que le impedía a la madre trabajar y a la niña estar cerca de cualquiera, se vieron obligados a hacer algo por cambiar su suerte. Son las grandes fuerzas, como el amor, las que mueven el mundo. Y fue el amor el que hizo nacer Tierra de Monte.
Contra los agroquímicos
Tierra de Monte investiga, diseña y comercializa insumos biológicos para agricultura, que se reparten a razón de un kilogramo por hectárea por mes, con el objetivo de cerrar las brechas ecológicas, los huecos que dejan pesticidas y otros químicos en los ecosistemas.
La empresa desarrolla hoy tres productos fundamentales enfocados en la fertilidad de los suelos en general, aunque trabaja numerosos cultivos. Comenzaron con ReFuerza. Luego llegaron ReviB y ReIntegra. Estos insumos hoy se destinan a tratamientos de suelos en cultivos de palma datilera, gramíneas, mezcal artesanal, hortalizas, jitomate, brócolis, cebolla, pepino, la mayoría de las frutas y algo de cacao y café. Trabajan, además, en proyectos vinculados a la remediación de suelos para hidrocarburos y la regeneración de la tierra para árboles suburbanos en Querétaro.
Aunque comenzaron en Querétaro hace apenas dos años, a la fecha distribuyen sus productos en Baja California, Sonora, Sinaloa, Guanajuato, Michoacán, Nayarit, Jalisco, Tamaulipas, Veracruz, Chiapas, Yucatán, San Luis Potosí y el Estado de México.
El estudio de la estructura ecológica del ambiente les garantiza trabajar en la recuperación del balance del ecosistema, que va a repercutir en la productividad, calidad de las cosechas e, incluso, en la cantidad de enfermedades y plagas que coexisten.
El drama mayor, reconocen los emprendedores, es el mal uso de fertilizantes y pesticidas que atacan una plaga, dejando un hueco que muy pronto será llenado por otra más fuerte, lastimando el ecosistema y sus procesos de regeneración naturales. Esto, además, representa un costo cada vez mayor para el agricultor. “Cada paso en la erradicación de una plaga implica un químico nuevo, más potente y más caro”, dicen.
Adriana alerta que en México hay más intoxicaciones por agroquímicos que casos de Chinkungunya, mientras en el mundo matan a más personas que el ébola. Asegura que más del 90% de los trabajadores agrícolas se ha intoxicado alguna vez en su vida.
En 2016, se registraron 3,869 casos de intoxicación con plaguicidas en México, según cifras de la Secretaría de Salud, aunque las fuentes son ambiguas y las estadísticas sobre el tema poco claras o viejas.
Los agroquímicos pueden provocar irritación de piel y ojos, afectar el sistema nervioso, hormonal y endocrino, incluso algunos pueden ser cancerígenos. La mayoría de los intoxicados son agricultores y trabajadores agrícolas, pero es frecuente que también sufran las consecuencias sus familias, en particular, niños y lactantes.
Esto sucede debido a la estructura de una industria en la que no se entiende el uso del agroquímico. Adriana asegura que el 20% de los agricultores mexicanos prepara sus mezclas de agroquímicos en la cocina. Esto los llevó a preguntarse: “¿Cómo hacer que la naturaleza haga lo que sabe?: reciclar, reutilizar, tomar un subproducto e incorporarlo a un ciclo para que sea el insumo de otro”.
Los dos tenían los conocimientos para dar respuesta a su inquietud. Adriana está especializada en biología molecular, restauración ecológica y desarrollo comunitario. Etienne, en ciencias bioquímicas, microbiología industrial aplicada a sistemas productivos y agricultura orgánica intensiva y de exportación.
Al comienzo de esta década, vivían en Sinaloa, donde llegaron a conocer la magnitud de la riqueza que pervive en el agro. “Es brutal la cantidad de dinero que se mueve, pero también lo desigual de su distribución”, comentan.
La participación de la agricultura en el PIB es del 4%, según la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), aunque su incidencia en el desarrollo económico y social es mucho mayor, por cuanto es la base para la seguridad alimentaria, el costo de la vida y el ingreso real de la población. Como insumos de otras actividades comerciales e industriales, la aportación sectorial al PIB sobrepasa el 9%.
Frente a este panorama, “era una cuestión de responsabilidad social trabajar la agricultura orgánica”, expresa Adriana. Y lo hicieron tan bien que, en 2015, la startup fue reconocida con el premio Banamex al Impacto Social y, en 2016, con el premio Cemex Tec en la categoría de Emprendedores Sociales. El resto ya es historia.
Mamás que trabajan
En 2015, Adriana cursaba un MBA, para darle forma a la empresa soñada; ya traía en la panza a su segundo hijo. Mientras, Etienne buscaba clientes. El primer producto, ReFuerza, que está basado en microorganismos que protegen la raíz de patógenos, existía solo en la teoría cuando un cliente se interesó en comprar 300 kilogramos. En casa, con insumos comprados en farmacias y tiendas, con pala en el patio y paciencia en la cocina, armaron el primer pedido; los costales fueron cocidos a mano y enviados.
Cuando ganan el concurso de Cleantech Challenge de Green Momentum, que premia a las empresas más verdes del año, llega la hora de nacer de forma oficial como empresa. Con este aliado, trabajaron en establecer un sistema de aliados que se encargaran de llevar el producto a las comunidades agrícolas y, al mismo tiempo, regresaran información de sus necesidades reales. Los aliados pasaron a ser intermediarios ligados a las comunidades, gente de su confianza.
La intención no era venderles a los dueños de grandes extensiones, sino a los pequeños productores. A la fecha, la empresa cuenta con ocho aliados que compran el producto bajo diferentes esquemas de pago, con riesgo compartido y, gracias a la información que traen de las comunidades, Tierra de Monte trabaja en sus productos y prevé incluso el desplazamiento de plagas de unos estados a otros.
Parte del esquema de comercialización incluye insumos de prueba para los productores, de manera que estos no se vean forzados a incurrir en créditos y canalicen los riesgos naturales de la industria expuesta al clima y deudas mordaces.
Con este modelo de negocios, la startup logró un crecimiento de 350% el primer año y de 300% el segundo. Sin embargo, reconoce Adriana, “estamos en el punto donde la mayoría de las startups mueren. Y mueren por desorganización o porque quieren crecer cuando no les toca o porque no crecen cuando les toca”.
Por eso, hoy, aliados directamente con MassChallenge, trabajan en el crecimiento ordenado y en multiplicar los impactos, basados en tres ejes: proteger la propiedad intelectual para licenciar productos que vayan al exterior; sistematizar el esquema de aliados, y compilar información valiosa y traducirla en útil para prevenir, mejorar manejos y buscar apoyos.
La experiencia de Adriana, quien atravesó las dificultades de ser madre trabajadora, y luego junto a su esposo Etienne, las de compartir el cuidado de los hijos, hizo que la pareja identificara una fuerza laboral que ha servido de apoyo a Tierra de Monte: las mamás.
Preocupado por las muchas formas de la discriminación silenciosa en el mercado laboral hacia las mujeres, y más aún por los dilemas que enfrentan las que tienen hijos, el matrimonio optó por contratar madres que realizan actividades remotas, sin afectar los horarios de los niños.
“Se ha avanzado en integrar a las mujeres a la fuerza laboral, pero el mundo laboral no se ha integrado a las necesidades de la mujer. La mujer solo adquirió más responsabilidades, pero no soltó las otras”, critica Adriana. Etienne la avala: “La mujer, a empellones, se fue integrando —diría yo—, se metió sin que la quisieran y por eso se le castiga. Se le intentó masculinizar. Pero es una fuerza laboral y productiva tremenda”.
Ser un país libre
El sueño de Adriana y Etienne de regenerar la vida en la tierra se enfrenta a un entorno de incertidumbre por el posible fin del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
El entorno económico, en general, es adverso, con un crecimiento estancado que no sobrepasará el 2.5% del PIB en 2017 y con una inflación que rebasó el 6%, rompiendo el objetivo del Banco de México, explica José Luis de la Cruz, director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC).
“El desafío es aumentar la productividad y competitividad de la economía, revirtiendo la tendencia bajista de la inversión y creando infraestructura para la producción de insumos nacionales”, explica el especialista.
El posible fin del TLCAN, advierte De la Cruz, “podría cambiar las reglas del juego a un sector —el agrícola— que ha trabajado en su infraestructura y en cumplir las reglas fitosanitarias exigidas, optimizando su logística para atravesar la frontera. La renegociación le daría duro”.
Para contrarrestar la falta del TLCAN, opina, habría que desarrollar infraestructura de caminos, energética y de riego; facilitar financiamientos, y recobrar la superficie agrícola con mayor innovación y biotecnología aplicada al campo. Justo en lo que trabaja Tierra de Monte. “Llevaría entre cinco y 10 años, con voluntad para aplicar un programa de desarrollo del campo, vinculando a la academia y la industria privada”, precisa el economista.
Pero estas necesidades frente a un posible fin del tratado comercial no son percibidas por la mayoría de los futuros emprendedores. Raymundo Tenorio, director de la carrera de Economía y Finanzas del Tecnológico de Monterrey, calcula que menos del 20% de los estudiantes que se gradúan se vinculan al sector agrícola. “Creen que el potencial está en aplicaciones tecnológicas. Estamos construyendo paradigmas equivocados”, alega.
Pese a esta realidad, Tierra de Monte identifica en los millennials un potencial y suele trabajar con ellos desde sus inicios.
Los dos académicos consultados coinciden en la necesidad de desarrollar la agricultura más allá de la era de Donald Trump, porque las mayores áreas de oportunidad están en las zonas calificadas como más pobres. Por eso, se impone la necesidad de un desarrollo agroindustrial, porque son los productos procesados los que aportan más valor. Esto, teniendo en cuenta esquemas cooperativos y de mayor movilidad e inclusión social. ¿El objetivo final? Garantizar la seguridad alimentaria.
Pese a las amenazas, Los socios de Tierra de Monte no le temen al fin del TLCAN. Incluso, critican que este acuerdo comercial ha impedido a México ver hacia otros mercados, por lo que este podría ser un momento de oportunidad. Hay que entenderlo con otra mentalidad, eliminar su efecto paralizador, pero, sobre todo, dice Adriana, “ningún país puede ser libre y tener bienestar si no resuelve él mismo el problema de alimentar a su población”.
Reconocen que, si bien muchos mecanismos asociados al Tratado de Libre Comercio mantienen a mucha gente en la pobreza, también proporcionan cierta comodidad a otros y frenan el progreso.
Para ellos, los graves problemas del sector se paran sobre la subordinación a esquemas tecnológicos, endeudamientos, uso cada vez más extensivo de fertilizantes y pesticidas, la resistencia de las plagas por malos manejos y la dependencia de los productores a los costosos químicos.
¿Cuál es la reacción de Tierra de Monte ante un mercado al que le ha llegado la hora de evolucionar? De aquí a cinco años se proponen exportar a América Latina y vincularse más al cultivo del cacao y el café. Comercialmente, la meta es establecer un programa formal de capacitación en recursos, áreas técnicas y empresariales.
Es también su deseo darle a la academia herramientas que demuestren que el emprendimiento científico es posible, pues les permitiría independizarse del gobierno y los complejos esquemas de financiamiento a investigaciones.
Según Etienne, es hora de dejar de ver al productor agrícola como una entidad vulnerable a la que hay que apoyar de manera paternalista. Hay que cambiar la percepción y establecer estructuras de suministro sólidas para que vendan sus productos con más valor y se beneficien todos.
Adriana recuerda que el futuro de Tierra de Monte será ese mundo ideal en el que no haya otra manera de cultivar que no sea orgánica, y en el que el bienestar provenga de la tierra negra o de monte. Ella, en tanto, estará tomándose su café a las nueve de la mañana y comenzará entonces a trabajar para que ese sueño se haga realidad.